lunes, 28 de enero de 2013

¿Quién dice que no se pueda jugar con la comida?



Podría pasarme horas soñando despierta mirando árboles.

De pequeña pasé horas jugando en el pasillo de la casa de mis abuelos, imaginando historias y aventuras con un bosque como escenario. De hecho, ese bosque era semi-real, ya que el pasillo estaban forrado con un papel de pared con imágenes de árboles, raíces entrelazadas y rayos de sol.

Hoy he entrado en la cocina mientras Diego cocinaba un plato con acelgas. Un manojo de ellas sobre una tabla, las pencas en un recipiente aparte. Sigilosa como un ninja, he cogido las hojas y he salido corriendo. Procuro no resistirme nunca a la tentación de volver a jugar.